Según una investigación de Johns Hopkins Medicine y el Dana Farber Cancer Institute de Boston, Estados Unidos, una hormona presente en la sangre disminuye los niveles de una proteína vinculada al Parkinson. Esta enfermedad afecta al control de los músculos y movimientos de aquellas personas que la padecen.
Dicha hormona es la hormona irisina y se activa durante el movimiento. El estudio de momento solo se ha llevado a cabo en ratones, que estaban diseñados para tener síntomas de la enfermedad de Parkinson.
El análisis fue llevado a cabo por Ted Dawson, investigador de Johns Hopkins Medicine; y Bruce Spiegelman, que trabaja en Dana Farber. Por razones desconocidas, se sabe que practicar ejercicio de resistencia mitiga los síntomas de la enfermedad.
Ted Dawson, afirma que los primeros descubrimientos sobre esta relación entre el Parkinson, la irisina y el ejercicio físico se conocen gracias a Bruce M. Spiegelman y su primer artículo sobre la hormona publicado en 2012 en la revista científica Nature. Este recoge las conclusiones que Spiegelman, junto a un grupo de científicos de la Universidad de Harvard, obtuvieron al identificar la hormona irisina; hasta entonces desconocida. Al investigar acerca del efecto de esta hormona en la sangre, se dieron cuenta de que era absorbida por las células adiposas del tejido graso. Dicho proceso provoca múltiples reacciones bioquímicas que convierten la grasa blanca en una marrón, la cual quema muchas más calorías que la blanca. Es decir, estimula mucho más el metabolismo.
Con los años a esta investigación se le sumaron muchas otras que demostraron que, efectivamente, el ejercicio aumenta los niveles de irisina. Es por esto mismo por lo que los equipos tanto de Dawson como de Spiegelman comenzaron este estudio. Para ello, se aplicó el modelo de investigación de Dawson basado en la variación de células cerebrales de los ratones para propagar fibras de la proteína alfa sinucleína, encargada de regular los estados de ánimo y los movimientos del cerebro. Cuando las proteínas de alfa sinucleína se unen en grupos, estos matan las células encargadas de producir de dopamina. Estos grupos de alfa sinucleína son muy similares a los presentes en los pacientes de Parkinson.
Los investigadores descubrieron que la irisina previene la acumulación de estas agrupaciones por lo que inyectaron la proteína en ratones. Concretamente se aplicó en el área del cerebro denominada cuerpo estriado, que es donde se encuentran las neuronas productoras de dopamina. Tras esperar seis meses, la práctica mostró que los ratones a los que se les administró la irisina no sufrían déficits en el movimiento muscular; mientras que aquellos que recibiron placebo mostraron dificultades tanto en la fuerza de agarra como en la capacidad para descender de un poste.
Si en un futuro estas investigaciones llegan a laboratorio y ensayos clínicos, el estudio puede facilitar considerablemente una terapia basada en la irisina. Dawson y Spiegelman han solicitado patentes sobre el uso de la hormona para combatir el Parkinson. “Si la utilidad de la irisina se cumple, podemos imaginar que se desarrolle una terapia génica o de proteínas recombinantes”. Además, Spiegelman ha creado una empresa de biotecnología con el objetivo de convertir la irisina en tratamientos para enfermedades neurológicas.